¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

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sábado, septiembre 29, 2007

La nueva Plaza de Santo Domingo.


Está sentado en un banco nuevo. El parque también es nuevo. Eso le hace sentirse mejor. El se siente tan usado ya. Un “renacuajo” corretea a unos metros, anda tropezándose, apenas ha debido de aprender hace unas pocas semanas y se acelera como queriendo dejar detrás esa mano invisible que le suele tirar. El padre anda apresuradamente detrás del niño, con el corazón en un puño, le dice; Juan no corras. El hombre del banco mira al niño que se le acerca, ya no recuerda si el tuvo hijos alguna vez, pero un recuerdo cálido parece asomársele entre las brumas de sus pensamientos. Entonces, acompañada con su mejor sonrisa, busca la mirada cómplice del padre. Se sobrecoge al ver la transformación inhumana, la tierna mirada del padre se torna dura, una mezcla de miedo y asco. Cuantas veces había sentido esa mirada sobre si mismo. Pero esta vez la visión del niño le había echo desactivar su escudo de invulnerabilidad, le ha hecho daño. El padre grita: “Juan por allí no, ven”. Es ese tono tribal que indica al cachorro la presencia de un peligro. El niño se vuelve y se acerca a su padre, se aleja del hombre del banco. “El niño no me tiene miedo”, se dice, la confirmación de que sigue siendo humano. A su lado una lata de cerveza ya caliente, toma un trago, deja la lata y se agarra con las dos manos al banco. Se agarra fuerte, se balancea de adelante a atrás una y otra vez. Tiene la esperanza de hacerse lo suficientemente ligero como para salir volando hacia la luna llena. Cierra los ojos, y reza al dios de la desesperación. Los abre para descubrir que sigue allí. Apura su cerveza caliente, y se dice: “necesito más combustible para despegar”.

domingo, septiembre 09, 2007

El toro del Pedernoso.


Si se encuentran ustedes en ruta entre el Pedernoso y las Pedroñeras, tómense su tiempo, circulen despacio, habrán las ventanillas del coche, cierren los ojos por un momento, todos menos el conductor claro, y dejen que los aromas penetrantes, e intensos, estimulen sus sentidos. Alguna inconsciente, con demasiada notoriedad para su categoría y talento, parece que dijo una vez que España huele a ajo, España no, pero esta particular región de Castilla La Mancha si. En el horizonte, se va levantando una silueta negra recortada contra el cielo limpio, una silueta reconocible desde los primeros momentos, la figura inconfundible de un toro.

El toro del Pedernoso se encuentra guardando un enorme campo de ajos. Hacía tiempo que las liliáceas habían sido recogidas, y los restos secos permanecían esparcidos entre los surcos. Amontonados aquí, y allí, como las víctimas de una batalla incruenta. El marrón de la tierra ya recolectada, contrasta con el verde intenso de los campos que aún guardan los preciosos bulbos en crecimiento, de los cuales brotan multitud de tallos a modo de pequeñas espadas. Uno se acerca con precaución, no sea que al toro que espera en la lejanía, le de por arrancarse. Este toro, como otros que se levantan sobre campos de labor de toda España, es como un tótem sagrado que vela por la buena cosecha, es testigo del paso de las estaciones, sufre los calores, los fríos, las lluvias y los vientos igual que los ajos que parece guardar incansablemente.

martes, septiembre 04, 2007

El Toro de Benidorm.

Para entrevistar a este toro tuve que sortear alguna que otra urbanización en construcción y algún que otro campo de golf. Este es un toro bastante urbanita, aunque en realidad viva en un cerro frecuentado por un rebaño de ovejas, y los perros dálmatas de la urbanización vecina paseen entre sus patas. Tiene la mirada fija en Benidorm y esta orgulloso de los rascacielos que ya cubren su horizonte. “Es verdad que cada vez veo menos el mar, y la brisa cada vez es menos fresca, pero ¡que espléndidos rascacielos¡, que vista más privilegiada tengo”, me decía, “Que vista más impresionante cuando la luz del sol del amanecer se refleja en los cristales de los edificios, sublime. Y de los campos de golf y los jardines de las urbanizaciones, que me dices, ese verde tan verde”. Este toro vive en un cerro, frente a una gran autovía y el mar le queda cada vez más lejos pero los rascacielos cada vez más cerca, y es que el cinismo es la mejor vacuna contra el amor.

domingo, septiembre 02, 2007

Los toros de Monforte del Cid.

Hay dos toros en Monforte Del Cid a 20 kilómetros de Alicante, que siendo vecinos nunca se han visto, por que siempre han vivido uno de espaldas al otro. Uno, pequeño y temeroso mira hacia Alicante y despide a los viajeros que abandonan la provincia, el otro, grande y orgulloso mira hacia Albacete y saluda a los recién llegados.


El pequeño, vive al lado de un antiguo club de carretera hace tiempo ya abandonado e incendiado. Recuerda cuando el local estaba abierto, circulación a deshoras de algunos pocos coches, altercados, y borrachos empeñados literalmente en tocarle las “pelotas”. !que fijación tienen algunos¡. Cuando no, mearle las patas. Pero al fin y al cabo el trasiego de clientes le hacía compañía. El negocio parece que nunca funciono bien, y un día dejo de acudir gente. Al poco tiempo unos gamberros incendiaron el edificio, aquello parecía la noche de San Juan, desde entonces se quedó sólo en la observación de los coches en ruta hacia Albacete. Hace algunos años levantaron unas antenas algo por encima de él, no le bastaba ser pequeño para que encima le hicieran sombra. Desde entonces esta convencido de que las antenas reproducen dolor de cabeza. Desde hace poco vive preocupado, han empezado construir nuevas carreteras que se bifurcan dando vueltas y vueltas a su alrededor. Si la nueva carretera no termina pasando por encima de él, al menos estará más acompañado.


El orgulloso toro que mira hacia Albacete, domina una hermosa colina, frente a una vega en la que verdean las vides de gordas uvas amarillas. Hacia su izquierda percibe los reflejos plateados de una alberca cuya agua riega los cultivos y a sus pies corretean los conejos entre los matorrales de esparto, romeo y tomillo. Todavía recuerda cuando llego, no fue el primero, a su espalda ya había un par de casamatas gruñonas y abandonadas, vestigios de tiempo negros, aún permanecen allí gruñendo y afeando el paisaje. Recuerda los buenos tiempos cuando también llegaron el “Tío Pepe” y aquél italiano, menudos chistes contaba el tío pepe, y el Italiano siempre con sus picardías. Pero al cabo del tiempo se los llevaron y sólo quedaron los restos oxidados de los soportes de hierro y él en compañía de los conejos. Hace poco levantaron un nuevo cartel aya abajo, un jovencillo con ideas modernas, parece que tiene su propia luz y anuncia casas en la playa, como si hubiera un lugar mejor que este para vivir.