¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

Mi foto
Nombre:

lunes, febrero 25, 2008

¿Realmente es usted feliz?

Ingvar había estudiado diseño industrial, le apasionaba su trabajo aunque la gente solía pensar que las pasiones estaban muy alejadas de su personalidad y de su oficio. Su vida transcurría como un río tranquilo y en temporadas aparentemente congelado, no era muy diferente de la vida de los que consideraba amigos, aunque estos no pasaban de ser conocidos.

Nada mas terminar la universidad entro a trabajar en la factoría que ocupaba a casi todo el mundo en su ciudad natal, Helsingborg. Una multinacional que vende muebles de diseño, robustos, que no duran más de un par de años. Empleado orgulloso de pertenecer a una empresa, cuyos colores coinciden con los de la bandera de su país, a pesar de tener su sede en Holanda.

Había empezado de ingeniero Júnior como todos, realizando trabajos rutinarios, no sabía que después iba a seguir haciéndolos. Al cabo de no mucho tiempo paso a diseñador Senior y poco después a diseñador Jefe, su especialidad eran los muebles de baño; de madera, metálicos, blancos, marrones, con espejos, sin espejos con luces sin luces. Su obsesión era conseguir el mueble perfecto y en su concepción, este era el que fuese lo suficientemente sólido en su estructura, con el menor número de tuercas y piezas de montaje posibles. Le gustaba pensar que así hacia la vida más fácil a la gente, y en segundo lugar hacia feliz a la empresa, todos felices, eso pensaba él. Y él era feliz.

A los pocos años le volvieron a ascender, se supone que era su aspiración, tenían para él la responsabilidad de controlar la producción de los diferentes productos. Su especialidad era “contar” cada uno de las tuercas, pasadores, tornillos y demás piezas de montaje, comprobar que no había fallo alguno en ninguno de los procesos, que en cada bolsita se introducía el número justo de piezas.

Martina no es de allí, había emigrado al sur con sus padres, que ya no estaban con ella. Tiene solo recuerdos vagos de las llanuras heladas y desérticas. Lapona de herencia y naturaleza. Siempre le fue confuso el concepto de nación, había nacido en un pueblo al norte de Kiruna, la gente de ese lugar en realidad no prestaba atención a esas cosas. El pueblo era la encrucijada de tres países, una mera anécdota cuando las historias que cuentan los abuelos a uno y otro lado de la frontera son las mismas. Un abuelo, era lo único que le quedaba, lo recordaba con la piel arada infinitamente por el paso del tiempo, y los vientos helados, los ojos cegados por las auroras boreales, y sordo por el sonido del viento sobre los tejados de Uralita, los iglúes ya solo eran para turistas.

Es una persona feliz, pero la gente no se lo cree, la miran guardando distancia, con una mezcla de pena, compasión y envidia.

- Pobre chica huérfana- , dicen los pocos que llegan a conocer algo de su historia.
- Y no debe estar muy bien de la cabeza, si debe ser un poco retrasada por que siempre se la ve sonriendo, ¡Pobre chica tonta!

Los padres de Martina procuraron que no desentonase entre la gente del sur, pero ella es como es, una luz que ciega a todos los que no saben, no están acostumbrados a ver. Trabajaba en la línea de embalaje de alguno de los modelos de alguno de esos muebles. No le importaba, no era interesante, un trabajo monótono con unas reglas sencillas.

Martina se encarga de rellenar las bolsitas de plástico con las piezas más menudas; tornillos, tuercas, arandelas, pasadores. Siempre se las arreglaba para realizar este tipo de tareas. Le gusta pensar que lo que hace es preparar pequeñas bolsitas de regalo. Regalos que son distribuidos por todo el planeta, y por ser regalos, procura poner algo extraordinario. A veces simplemente se limita a poner alguna pieza de más, sonríe mientras se imagina a la gente satisfecha por tener un tornillo gratis, y en realidad sabe que es una tontería un tornillo por lo general inservible pero ese segundo de satisfacción de la persona que lo recibe es suficiente. Si suma todos y cada uno de estos instantes a lo largo y ancho del mundo representan casi una vida completa de felicidad.

Ingvar ya llevaba tiempo registrando una ligera desviación en los datos que analizaba. Para alguien menos obsesionado como él por la exactitud de las cosas hubiera sido imperceptible, pero llego a la conclusión de que el fenómeno no seguía un modelo aleatorio, no era natural. Si le llegan a decir a Martina que su comportamiento era predecible se hubiera horrorizado. Llego a calcular que el fenómeno había saltado de una a otra línea de embalaje a lo largo de los últimos años. Llego a ser casi una obsesión descubrir cual podría ser la causa. Analizaba factores, posibles fallos en los procedimientos una y otra vez y no encontraba la razón. En un momento de desesperación decidió bajar a planta. No confiaba en encontrar nada nuevo que no estuviera en sus tablas de datos, así que bajo sin mucha esperanza.

Para su sorpresa, enseguida vio la causa de forma inequívoca, destacada sobre la uniformidad de los tonos acerados de la maquinaria y los azules y amarillos de los monos de los operarios, resaltaba una luz. No se explicaba como todo el mundo deambulaba a su alrededor sin prestarle atención. Resaltaba por un detalle, era la única cara sonriente en toda la planta. Tras una observación algo más serena, percibió que en realidad, el resto de gente hacia como si no se diera cuenta, su mente analítica se percato de la forman forzadamente casual en que los demás guardaban la distancia con respecto a aquella menuda figura femenina.

Avanzo con determinación hacia ella, según se acercaba, la indecisión fue creciendo en él y finalmente, cuando sólo se encontraba a unos metros, sin saber porque, cambio de dirección y se integro en la corriente de personas que se movían en el entorno de la muchacha. Minutos después estaba sentado en su despacho, preguntándose que le había pasado. Había actuado contra toda lógica, contra su voluntad, como un pez arrastrado dolorosamente después de haberse tragado el engaño que oculta el anzuelo. Había revisado la ficha de Martina, y como ya suponía, en ellas no encontró nada que explicase por que aquella muchacha había conseguido intimidarlo.

Estaba esperando que entrase por la puesta de un momento a otro, y en realidad no sabia que decir, habían pensado que era una situación ridícula. Se sentía avergonzado por malgastar su precioso tiempo, el de la compañía, en lo que ahora veía que era un asunto menor. Un coste insignificante comparado con las pérdidas, ya descontadas todos los meses, en concepto de errores de fabricación. Ni mucho menos disfrutaba abroncando a las personas que estaban a su cargo y esta no era la intención, pero sentía cierta rabia que no sabia de donde procedía.


Martina entro en el despacho de Ingvar y él noto como si la luz cambiara, la claridad que entraba por la ventana era más brillante, incluso creía percibir olores a los que nunca había prestado atención. Era como si Martina fuese un amplificador de sus sentidos.

- ¿Quiere sentarse?, por favor.
- Martina tomo asiento sin decir una palabra.
- Mmmm, aaaa….

Entonces Ingvar se dio cuenta de que la situación era más ridícula aún, por que en realidad no tenía ninguna prueba de que la muchacha que tenían delante tuviera algo que ver con los datos que había registrado, o incluso que todo no fuese más que fruto de su paranoia. Pero ya no tenía salida.

- ¿realmente es usted feliz?, dijo Ingvar, se sorprendio de realizar una pregunta tan fuera de lugar.

Martina sonrío.

-Disculpe… - se apresuro a decir avergonzado por la indiscreción que acababa de cometer, antes incluso de que ella mostrara siquiera la intención de contestar.

- … no, no se preocupe, es algo que me suelen preguntar a menudo – dijo Martina.

La curiosidad se volvió a imponer sobre su sentido de lo correcto, - ¿que quiere decir?

- Si, la gente suele preguntarme si soy feliz.
- Perdóneme no tiene por que contestar – dijo Ingvar.
- No, no me importa – dijo Martina – la verdad es que me hace gracia.
- Lo que quería decir, es si tiene alguna queja de las condiciones en las que desempeña su trabajo – dijo Ingvar, en un intento de reconducir la conversación.
Martina arrugo la frente en señal de cierta extrañeza.
- Bueno - comenzó a contestar con una media sonrisa en la boca - el trabajo es aburrido pero me las arreglo para hacerlo diferente cada día.
- ¿Y de que forma consigue hacer eso? – pregunto Ingvar con la duda de si no estarían cometiendo otra vez en una indiscreción.
- Me gusta hacer regalos a la gente – dijo Ingvar.
- ¿Regalos?, ¿Que quiere decir?
- Si, en mi trabajo, me gusta hacer regalos a la gente.
- ¿Se refiere a sus compañeros?, ¿a sus amigos?
- Bueno si, también, a todo el mundo.
- No entiendo, ¿que quiere decir? – Ingvar, se sintió un tanto estúpido al repetir dos veces la misma pregunta.
- Me gusta hacer regalos, algún dibujo, alguna palabra, una sonrisa, esas cosas. Alguna pieza de más si no tengo a mano otra cosa mejor. Ya sabe.

Ingvar se quedo callado sin saber que decir, desarmado ante la sinceridad de Martina. Asombrado de su falta absoluta de sentido de culpa o vergüenza. Más sorprendido aún de comprender la sencillez de las palabras de la chica. Se pregunto si tendría que reprenderla, ¿por que razón?, ¿que es lo que representaba la acción de esta chica para la empresa?, en realidad nada. Con solo intercambiar un par de palabras con ella no albergaba ninguna sombra de duda sobre las buenas intenciones de Martina. Pero, no podía ser, no sabia que hacer, no podía pensar claramente con ella delante. Le indico que volviera a su trabajo, no era capaz de tomar otra decisión diferente.

Al terminar su jornada de trabajo, aún transpuesto, termino sin darse cuenta frente a una de las grandes tiendas de la compañía. Conocía la disposición de aquellos almacenes aunque nunca había estado dentro de uno de ellos. Este pensamiento le inquieto, nunca había visto la cara de la gente que compraba los muebles que con tanta dedicación diseñaba. Fue directamente a la sección de los muebles de baño y compro un armario de madera con espejos en las puertas, era de la línea en la que sabia que trabajaba Martina. Ya en el salón de su casa desplegó las piezas por el suelo. Las había dispuesto ordenadamente sobre el suelo, buscando siempre cierta simetría. En una de las esquinas, sobre el plano con las instrucciones, había colocado la bolsa de plástico con las piezas más pequeñas; tacos de madera, pasadores, tornillos, tuercas. Dentro se veía un papelito doblado que no reconoció como parte de los elementos de montaje. Cogió la bolsa del suelo y la abrió despacio mientras retenía el aliento. Llego a alcanzar el trozo de papel utilizando dos de sus dedos a modo de pinza y dejo caer la bolsa para poder desplegarlo con las dos manos.

En el trozo de papel aparecía un dibujo de trazos infantiles, pintado con las ceras de color rojo y azul violáceo, de las que se repartían en las guarderías que se habían habilitado, en las tiendas, para que los padres dejasen a los niños y pudieran hacer sus compras tranquilamente. Identificó la figura por lo que parecían los dos grandes cuernos palmeados de un alce. Respiro hondo y en paz, en su cara una sonrisa.

Los compañeros de Ingvar nunca llegaron a saber que es lo que le impulso a tal locura. Como siempre, circularon rumores varios a cual más inverosímil. Incluso alguien que juraba haber hablado con él antes del suceso, contaba que: Ingvar había decidido dejarlo todo y emigrar al norte, decía citar palabras textuales: “me marcho al norte para buscar un alce debajo de la aurora boreal”. Nunca más se supo de él.

jueves, febrero 21, 2008

Sobre Venezuela

Ya hace 73 años:

" ... Pero es que la gente de esos tiempos tenía la conciencia de que estaba fundando un país y que todo lo hacía con vistas al porvenir, mientras que los hombres de ahora sentimos que este país se está acabando y ya no nos preocupamos porque las cosas duren. Por el contrario queremos destruirlas cuanto antes. "

" Lo que venía - y a menudo suele encontrarse por los caminos del Yuruari - era una res destinada al consumo de algún caserío vecino, atada a la cola de un burrito por un cabo de soga que le traspasaba la nariz perforada y sangrente y con la cabeza enfundada, salvo los cuernos, en un trozo de coleta.
...
- Ahí tiene la historia de Venezuela: un toro bravo, tapajeado y nariceado, conducido al matedero por un burrito bellaco"

Canaima. 1935 Rómulo Gallegos.