¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

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viernes, agosto 21, 2009

El lunático es la persona perfecta.

"O de los que creen vivir despiertos, ignorando que sólo está de veras despierto el que tiene conciencia de estar soñando, como solo está de veras cuerdo el que tiene conciencia de su locura"
Niebla
Miguel de Unamuno.

Para mi que yo soy más loco que soñador, aunque no llego al grado de lunático ;-)

martes, agosto 04, 2009

La curiosa relatividad del tiempo en Cambados.

Hay un hecho físico curioso que se produce todos los años, se experimenta el primer fin de semana de Agosto, y se localiza en la población Gallega de Cambados. El hecho es que el tiempo pasa especialmente rápido. Será la influencia de la ría, la fiesta, o las amenas conversaciones que transcurren por caminos insospechados alrededor de una, dos y tres, incontables botellas de Albariño.

Este pasado fin de semana acudimos un año más a la Fiesta del Albariño en Cambados, ya en su edición número 57. Como en citas anteriores, el epicentro de la fiesta se situó en el Paseo de la Calzada, o A Calzada, a lo largo de la cual se situaron las 43 bodegas repartidas entre los 40 stands habilitados para la venta de Albariño. Lugar que alcanza su máximo punto de ebullición en las horas crepusculares de la tarde. El paseo aparece entonces abarrotado de jóvenes eufóricos, en ocasiones, “uniformados” con las camisetas de las diferentes peñas, diseñadas con más o menos acierto como parte de otro más de los concursos organizados en el marco de las fiestas.

Círculos de familiares y amigos se reúnen en torno a las botellas de Albariño, botellas que terminan huérfanas y acumulándose vacías sobre las mesas del paseo, formando un interesante cuadro de colores. Albariños, en su mayor parte del 2008, en los que se nota también su juventud, quizás la premura por estar embotellados para la fiesta. Aromas minerales, salinos, algo de flores blancas y cítricos. Aún no afloran aromas frutales, para lo que quizás, aún el vino necesite algo de reposo en botella. Al anochecer, las luces de los stads iluminan las caras felices de los visitantes y ya no importa que alguna nube poco considerada descargue generosamente su agua sobre la concurrencia. A esas alturas el tiempo ya no importa, el atmosférico tampoco, y el personal hace por adecuarse debajo de los toldos de las casetas, acercándose entre si aún más.

Mientras la fiesta transcurre en el paseo, en el Hotel Parador de Cambados, el antiguo Pazo de Bazán del siglo XVII, se celebra la XXI Edición Cata - Concurso “Rías Baixas-Albariño”. En estta edición del concurso participaron más de 63 marcas. De las cuales sólo tres terminarían por ser galardonadas como los mejores Rías Baixas-Albariño de la cosecha 2008. La Cata Concurso, organizada con Consejo Regulador de la D.O. Rías Baixas, fue realizada por 20 expertos. El grupo de catadores lo formaron tanto, miembros del panel de cata del Consejo como expertos externos de prestigio. Entre los catadores externos se encontraron Bartolomé Sánchez, director del grupo Opus Wine; Carlos Maribona, colaborador de gastronomía del periódico ABC, o Cristino Álvarez, periodista en la Agencia Efe; entre otros. Seguramente todos deseosos de sumarse a la fiesta del vino que se vivía fuera del parador.

Los resultados del concurso se hicieron públicos el domingo, como colofón a la comida oficial que se celebra todos los años. El vino ganador fue Lagar de Costa, que se elabora en Castrelo la bodega de Dolores Fontán Limeres. La medalla de plata recayó en Pazo Pondal, de Arbo en la subzona de O Condado, y el tercer premio fue para Señorío de Rubiós, de As Neves, tambien de la subzona de O Condado, la cual fue la bodega ganadora el año pasado. Al terminar la fiesta solo nos quedo recoger y realizar el largo camino de regreso a casa. Durante el cual el tiempo se hace eterno, pero esto ya no es un misterio.

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¿Dónde vas Félix?

La cabeza baja, y un mechón de pelo castaño sobre la cara. Así iba Félix por la calle del pueblo, distraído y sumergido en sus cosas como de costumbre. Instintivamente buscaba el resguardo de toda sombra disponible, y es que a principios de Septiembre el Sol de La Mancha todavía es inmisericorde. Los días empezaban a ser más cortos pero el Sol seguía calentado con fuerza, de modo que las paredes encaladas de las casas y sobre todo las aceras de cemento gris, radiaban parte del calor acumulado durante todo el día.

En la plaza rectangular, algunos de los mayores del pueblo aguardaban sentados a la sombra de los soportales de uno de los laterales donde, de vez en cuando, corría algo de brisa. Camisas blancas, pantalones grises, zapatos negros o sandalias de esparto. Los más con gorra. Las manos callosas y grandes sobre las rodillas, la tez morena, casi quemada por el Sol y surcada de profundas arrugas. Algunos, fumaban pausadamente, cigarros negros sin filtro que sujetaban entre dedos amarillentos, más pausadamente, todos conversaban.

En otro de los laterales de la plaza una cuadrilla de chicos empezaban a reunirse en el bar. Según iban llegando se perdían en la fresca oscuridad de la taberna y al poco salían con un botellín de cerveza en la mano para reunirse con los demás. Entre ellos destacaba la figura grande de Rafa, casi metro noventa de humanidad, espaldas grandes, cara amable y mofletuda, apenas le daba tiempo a apartarse el sudor de la frente y poseía una risotada potente y contagiosa. Precisamente Rafa estaba en medio de una de sus risotadas cuando vio a su amigo pasar con las manos en los bolsillos por el otro extremo de la plaza. Con una discreta sonrisa se guardo sus pensamientos para sí y se disponía a seguir sus bromas con los demás cuando el Negro grito – Hey Félix, ¿Dónde vas? -. El chaval no es que fuera negro pero como suele pasar en los pueblos, al que es un poco más moreno de tez de lo normal le plantan el mote. – Félix – volvió a gritar el Negro. Félix continuo andando sin alterar el paso y sin dar muestras de haberse dado por aludido. – déjalo Negro – dijo Rafa con su voz pesada. Dirigiéndose a Rafa, el Negro dijo - ¿esta tonto tu amigo? ¿Dónde va a estas horas?-. El Negro no era mal tipo pero todo el mundo sabía que era un poco bocazas. - A ti no te importa -, sentencio Rafa con una mirada que no dejaba lugar a réplicas. el Negro, haciendo gestos de tener la boca seca, sin decir nada más, entro en la taberna para pedir otro botellín. Rafa se quedo mirando un momento a su amigo Félix mientras terminaba de desaparecer de su vista por el otro extremo de la plaza.

Conociendo a su amigo, Rafa tenía cierta idea de a donde se dirigía Félix. Rafa trabajaba de bodeguero, de hecho los dos trabajaban para la misma bodega, aunque su amigo se pasaba casi todo el tiempo en el campo, en las viñas. Rafa sabía de buena fuente que a Félix le habían ofrecido el puesto antes que a él, pero Félix prefirió seguir como técnico de campo, cuidando las viñas. Si, sabiendo lo que se avecinaba para mañana, tenía cierta idea de a donde se dirigía su amigo. El sudor, que se le había vuelto a acumular en la frente, le saco de sus pensamientos, después de quitarse la humedad de la cara con la mano, grito en tono socarrón – Negro, acércame otro botellín, y a ver si no eres tan bocazas -, desde el interior de la fresca caverna que era el interior de la taberna se escucho la voz enrabietada del Negro, pero enseguida fue engullida por la carcajada atronadora de Rafa.

Félix siguió la carretera que salía del pueblo, el asfalto aún caliente desprendía cierto olor a alquitrán, aunque esporádicas ráfagas de viento traían del monte otros aromas cálidos más agradables, aromas a tomillos, espartos, y tierra reseca, o el recuerdo del olor a pedernal, como cuando se tira una roca contra otra y salen chispas. Ese olor mineral producido por la roca achicharrada por el Sol de todo un día. La siguiente ráfaga de viento también trajo el olor acre, siempre inquietante, del cuerpo de algún animal en descomposición, seguramente atropellado por un coche y tirado en la cuneta.

Llevaba las manos en los bolsillos mientras jugueteaba con el trinchete, una pequeña navaja de vendimia con la hoja curva, que siempre llevaba encima. Se asemejaba a la pequeña hoz, que en ocasiones, le había visto llevar a su abuelo colgada del cinto. Aquella de su abuelo, algo más grande, con el mango fijo, pero con la mista curvatura de media luna de la hoja. La verdad es que siempre llevaba la navaja. Entre esta y el manojo de llaves que también solía llevar consigo, a menudo se le hacían agujeros en los bolsillos, que descubría al notar como las monedas acababan cayendo en cascada por alguna de las perneras de sus pantalones. En una ocasión paso un apuro por que al atravesar el arco de seguridad del aeropuerto un pitido agudo le recordó que no había dejado en casa la navaja. Leti, con quien estaba ennoviado entonces, preocupada siempre por el que dirán, se le quedo mirando con cara mezcla de vergüenza y de enfado que no se le quito durante toda su estancia en México. Todo un temperamento la Leti. Aquel año, a principios de Mayo, había llegado Leti tirando dos billetes de avión sobre la mesa y diciendo – Nos vamos a la Riviera Maya -. Entonces Félix tuvo un pensamiento inconsciente y un tanto absurdo, “La Riviera Maya, la Riviera Maya, ¿qué hago yo en la Riviera Maya?, pero si ni siquiera me gusta el Tequila.”

El viaje no resulto del todo mal, se pasaron una semana encerrados en el hotel porque su estancia coincidió con el paso de un huracán. Entablo amistad con el sumiller del hotel, que defendió las excelencias de los vinos mexicanos de la Baja California. Le contó que la tradición vinícola Mexicana databa del 1521, cuando Cortés ordeno plantar mil vides por cada cien nativos, y de cómo la tradición siguió perdurándose y extendiéndose a la sombra de los muros de las misiones. Le conto de un tal Fray Junípero Serra, un fraile nacido en Mallorca que en el siglo XVIII fundo varias misiones en la Alta California, Los Ángeles, San Francis, Sacramento y San Diego. Actualmente casi todo el viñedo se utiliza para elaborar brandy, además, la Baja California quedaba muy lejos del hotel en el que se encontraba. Allí lo más presente eran los embates de los vientos huracanados contra los ventanales del hotel.
Por supuesto que nada más llegar de viaje Leti lo mando a tomar vientos, que carácter la leti. Todo lo contrario que Paula. Mientras tomaba un camino de tierra blanca como la cal, Félix iba dejando cada vez más atrás el rumor de los esporádicos coches que pasaban por la carretera, y por delante, cada vez eran más claros los cantos de las perdices. Ya entrada la tarde, las rachas de vientos calientes y templadas le revolvían el pelo, ráfagas más frescas traían la humedad de alguna tormenta no muy lejana. De vez en cuando tenía que escupir los granos de tierra que el viento le traía hasta la boca o cubrirse la cara con el antebrazo para protegerse los ojos de la arena. Detrás de sí, se extendía una planicie de campos de olivos, cereales y vides. Delante, la silueta de un monte yermo, solo apto para matas de esparto, tomillo, y conejos. Por encima de un desnivel de poco más de cincuenta metros se extendía otra vez la llanura. Apenas algún olivo para resguardase del viento, y otra vez el terreno rotulado en parcelas de diferentes tamaños y colores; olivos, vides, cereales y hasta azafrán. Recordaba que desde el avión aquello se veía como un edredón confeccionado a base de retales.
La imagen del edredón le trajo el recuerdo cálido de Paula. Una niña encantadora, todo sosiego y dulzura contenido en un frasco menudo. Todo el mundo decía que eran tal para cual, dos personalidades tranquilas, pero él no terminaba de sentir el rescoldo necesario para corresponder a la calidez de Paula. Ella sabía que él estaba en otra parte, no sabía dónde, pero sabía que no estaba allí. El camino de tierra se adentraba entre dos lomas del monte que tenía por delante formando un pequeño cañón cada vez más cerrado, camino que terminaba en apenas un reguero que ascendía hasta llegar a una higuera. De vez en cuando algún conejo salía corriendo hacia su madriguera asustado por la presencia de Félix, los más jóvenes hacían una parada a medio camino para observar al intruso, mientras los más fogueados sabían que era mejor no parar. Pero para suerte de conejos y las perdices, hasta Octubre, para el Pilar, no comenzaría de nuevo la temporada de caza. Aunque a la nariz le llego el recuerdo del olor intenso de la pólvora, el tacto pegajoso de la sangre, el olor animal del pelo y de la pluma de las piezas de caza abatidas.


Una ráfaga de viento cálido le trajo a la cara otro olor más dulce y presente. El del zumo azucarado y pegajoso que rezuma de los higos maduros. Atravesó la higuera y después de una corta pero acentuada pendiente, Félix asomo otra vez la cabeza por encima del horizonte. Mientras una nueva ráfaga de viento le castigaba la cara, escucho un estruendo a su izquierda – plurrrrrrrrrrrrr … - . El reproducido por el potente aleteo de las más de veinticinco perdices, cuyas alas azotaban el aire volando en dirección al Sol ya en retirada. Hacía poco más de un par de meses que los perdigones, los pollos de perdiz de aquel bando, aún no eran capaces de levantar el vuelo más allá de un par de metros. De modo que los pequeños perdigones corrían a esconderse entre las matas para mimetizarse con el terreno, mientras, la madre salía volando y armando todo el ruido que le fuera posible, en el intento de llamar la atención del depredador sobre sí misma.

Félix giró la cabeza hacia su derecha y allí estaba su viñedo, apenas un par de hectáreas de uva Tempranillo. Aquel era el viñedo al que, en tiempos, había acompañado a su abuelo durante alguna que otra tarde. Tomo una gran bocanada de aire mientras una brisa suave secaba el sudor que había generado su cuerpo por el esfuerzo de subir la última pendiente. El viento, siempre presente, no tenía ningún obstáculo a la vista que detuviera su camino. Corría entre las vides secando las gotas de agua de rocío acumuladas en los frutos durante la madrugada, o precipitadas desde una nube después de una tormenta. El viento mantenía aquellas uvas secas y sanas.

El viñedo había cambiado desde la época de su abuelo. Félix se había encargado de cuidar primorosamente aquellas plantas. Incluso más desde hace unos años, cuando el viñedo empezó a estar gestionado directamente por la bodega. El mismo se había preocupado de montar la estructura de espalderas para que las vides se levantasen del suelo y así los racimos colgasen más saludablemente. Año tras año se había encargado de re injertar las cepas, del aclarado de hojas justo para buscar el equilibrio perfecto de cada planta, de retirar los racimos sobrantes, dejando los mejores frutos para que crecieran con fuerza, y por supuesto de las vendimias.
El equilibrio de cada planta, esa era su obsesión. El número y disposición justa de hojas, de modo que salvaguardasen los frutos de una exposición excesiva a los rayos del Sol pero permitiendo su maduración. En más de una ocasión, Pedro, el enólogo de la bodega, le había echado en cara que se demorase demasiado, - Estos no son bonsáis, Félix, dale vida – le decía Pedro. “Bonsáis, bonsáis, pues claro que no son bonsáis”, pensaba Félix. La comparación le parecía horrible, casi ofensiva. Había visto exposiciones de bonsáis en los grandes almacenes a los que le arrastraba Leti en tiempos, le parecían caricaturas. Sobre todo le parecían absurdos esos pequeños recipientes de barro o cerámica en los que los hacían crecer. Él visualizaba las raíces de la vid como lo más poderoso de la planta, como un taladro que incansable busca la humedad hasta lo más profundo de la tierra, desmenuzando toda roca que encuentra a su paso como si fuera la mano nudosa de un gigante. Qué tristeza para una vid no poder hacer valer su poder, constreñida por una ridícula vasija.
Pedro le pegaba de vez en cuando un tirón de orejas a Félix por su exceso de celo, pero se llevaba bien con él, de hecho, en cuestiones de campo Félix era sin duda la mano derecha del enólogo. Pedro había sido el mentor de Félix en muchos aspectos de la elaboración del vino, incluso lo acompañaba de vez en cuando en el laboratorio. De su abuelo Félix había aprendido cómo hacer las cosas, de Pedro había aprendido por que se hacían de esta u otra manera. Cada vez que a Félix se le escapaba, en voz alta delante de Pedro, alguna de sus reflexiones sobre el arte de la poda, solía producirse un silencio durante el cual, Pedro se quedaba mirando a Félix con el ceño fruncido. Pedro mostraba una expresión mezcla de intriga, sorpresa, y admiración. Intriga pensando si el chaval hablaba en serio, sorpresa por el conocimiento natural que mostraba, y admiración por la pasión con la que se expresaba. - La viña zen, el gurú de la vid -, decía Pedro bromeando irónicamente para romper el incómodo silencio.

Félix andaba entre las frondosas vides, observando los racimos ya maduros. A su alrededor escuchaba los revoloteos de toda una serie de pajarillos asustados por su presencia. Le encantaba percibir que el viñedo albergaba vida, coleccionaba fotos de los animalillos que encontraba, incluso alguna que otra vez, nidos de pájaros que anidaban en las propias vides. A mitad del viñedo localizo un racimo medio comido, seguramente picoteado por los pájaros o mordisqueado por alguna liebre. Saco el trinchete del bolsillo y sosteniendo las uvas con la mano izquierda utilizo la navaja de vendimia con la derecha para cortar el racimo por la base que le sujetaba al sarmiento. Un corte firme y templado, de abajo hacia arriba según colgaban las uvas. Recogió la navaja y se la guardo otra vez en el bolsillo para a continuación, sentarse en mitad del pasillo que formaban las hileras de vides. El terreno formaba una pequeña pendiente, de manera que orientando las piernas hacia abajo disfrutaba de cierta elevación sobre el horizonte que hacía más cómoda su posición. Se llevó a la boca una de las uvas del racimo que acababa de cortar sabiendo que estaría dulce, de hecho, sabiendo que los pájaros habían escogido ese racimo, por seguro que estaría especialmente dulce. “Que buena la Tempranillo, hasta de postre esta rica”, pensó para sí.

Tomó un par de bayas más del racimo y tiro el resto del raspón para que lo terminaran de aprovechar los pájaros y los insectos. Se recostó boca arriba, estirando los pies y dejando reposar la cabeza sobre la palma de su mano derecha para no llenarse el pelo de tierra. Ya de anochecida, pequeños murciélagos empezaban a revolotear por el cielo a la caza de los mosquitos que llegaban atraídos por los frutos maduros. En la boca aún tenía el regusto de los hollejos de las uvas que acababa de comerse. – Están en su punto -, pensó en voz alta, - Mañana la vendimia, un par de semanas y todo a la bodega -. Después tendría que pasar al menos un año antes de poder probar, en forma de vino, el fruto del trabajo que se había realizado en el campo y del que aún quedaba por realizar en la bodega. Saborear los minerales de la tierra que ahora tocaba con las manos, los tostados de las barricas o los taninos de los hollejos que aún notaba en la boca. Mientras tanto, se comenzaría de nuevo el ciclo de trabajo en el campo, una vendimia tras otra, una vendimia tras la siguiente. Con este último pensamiento se reincorporo sentándose sobre la tierra, un sudor frio le recorrió el cuerpo y se le hizo un nudo en la garganta.

Por primera vez en su vida pensó en su trabajo, que era su vida, en términos negativos, una monotonía sin fin, un ciclo sin emociones. La misma liturgia de pasear al atardecer por las viñas en vísperas de la vendimia, se había convertido en monotonía. Del registro reciente de su memoria surgió la imagen de Pedro, – Chaval, vete de aquí –, le decía el enólogo, – hay otros lugares, otra gente, otras formas de hacer y cosas que aprender -. En su momento Pedro le dijo que tenía amigos, que podía recomendarle para trabajar en otros sitios, incluso fuera de España, que era saludable salir y ver cosas nuevas. Entonces no lo contemplo en absoluto como una posibilidad, pero ahora, en este momento, se aparecía como una posibilidad real. “Félix, ¿Dónde vas?”, había escuchado al pasar por la plaza. Un buen tipo el Negro, pero un poco pesado, no tuvo ganas de pararse a hablar. -¿Dónde vas?-, se repitió para sí mismo en alto. – A ninguna parte Félix, a ninguna parte – se contesto. Aquí no tengo mucho más que aprender. Un nuevo escalofrío le recorrió el cuerpo, pudo ser por una brisa fresca que recorría la viña ahora casi de noche, o tal vez sería por la emoción de haber tomando una determinación que no sabía muy bien a donde le iba a llevar. Pero el nudo en su garganta había desaparecido y se sentía más ligero, nervioso pero ligero. Se levanto de un salto y se dirigió de vuelta al pueblo, esta vez guiado por la luna. Mientras regresaba, iba pensando que nunca hubiera imaginado llegar tan lejos al salir de casa esa tarde.

Al llegar a la plaza se acerco donde estaban sus amigos, las chicas también estaban allí, Paula estaba allí. Hacia unos meses que lo habían dejado pacíficamente, con cariño. Como siempre el Negro fue el primero en hablar – Hey! Félix, ¿qué haces?, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas? -. Esta vez a Félix le alegro que alguien se lo preguntase. – Hola Negro, pues mañana me voy de vendimia -, respondió Félix con cierta ironía, porque todos sabían que al día siguiente empezaba la vendimia y de hecho casi todos los que estaban allí trabajarían en ella. El Negro puso cara de resignación, nadie le tomaba en serio. – Y después me marcho -, dijo Félix después de una pausa, saboreando las palabras como saboreaba sus vinos preferidos, reafirmándose en su intención. Al hacerlo público de aquella forma, ante sus amigos, le resultaría más difícil desdecirse, era como dejarlo firmado, un compromiso. - ¿cómo que te vas?, ¿a dónde te vas? – repregunto el Negro, con los ojillos brillantes. Algo nuevo que contar, debió pensar. - ¿Qué es eso Félix?, ¿Que es lo que dices?- pregunto Rafa con cara de preocupación. Parecía que Rafa no estaba siguiendo la conversación, pero había percibido en la voz de su amigo que esa última afirmación tenía un tono diferente, no era broma, lo decía en serio. –Que me voy Rafa-, continuo Félix, - Voy a aceptar la propuesta de Pedro, quien sabe, quizás el año que viene esté vendimiado en Francia, a lo mejor en Argentina o quién sabe, quizás en California, ¿Sabes que Hernán Cortes, el conquistador, sabes que fue Cortes el que mando plantar vides en California? -. – Que Cortes ni que Cortes, ¿que se te ha perdido a ti en California?-, cortó Rafa. Frente así Félix veía las caras de sorpresa de sus amigos junto con la de profunda preocupación de Rafa, que seguía esperando respuesta. A la derecha de la enorme silueta de Rafa percibió un movimiento suave, como el de una hoja cayendo de un árbol. Era la figura menuda de Paula. Se acercaba a él con una sonrisa tranquila, era la única que sonreía. Félix la miro a los ojos mientras, como un espejo, reproducía en su cara esa misma sonrisa en respuesta. Paula se abrazó a Félix, deslizo su brazo izquierdo por su espalda, apoyo su cabeza contra su pecho como si quisiera escuchar su respiración, y coloco delicadamente la palma de su mano libre sobre el corazón de Félix. Él en respuesta, la rodeo con su brazo derecho.- Quizás por ahí fuera encuentres un sitio donde tu corazón y tu cabeza estén en el mismo sitio, me alegro por ti-, dijo Paula casi en un susurro, mientras, con su mano, daba golpecitos sobre el pecho de Félix. En ese momento, ahora que había decidido irse, fue cuando se sitio más cerca de Paula. - ¡Ves como tu amigo esta tonto!- termino diciendo el Negro.