¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

Mi foto
Nombre:

domingo, septiembre 02, 2007

Los toros de Monforte del Cid.

Hay dos toros en Monforte Del Cid a 20 kilómetros de Alicante, que siendo vecinos nunca se han visto, por que siempre han vivido uno de espaldas al otro. Uno, pequeño y temeroso mira hacia Alicante y despide a los viajeros que abandonan la provincia, el otro, grande y orgulloso mira hacia Albacete y saluda a los recién llegados.


El pequeño, vive al lado de un antiguo club de carretera hace tiempo ya abandonado e incendiado. Recuerda cuando el local estaba abierto, circulación a deshoras de algunos pocos coches, altercados, y borrachos empeñados literalmente en tocarle las “pelotas”. !que fijación tienen algunos¡. Cuando no, mearle las patas. Pero al fin y al cabo el trasiego de clientes le hacía compañía. El negocio parece que nunca funciono bien, y un día dejo de acudir gente. Al poco tiempo unos gamberros incendiaron el edificio, aquello parecía la noche de San Juan, desde entonces se quedó sólo en la observación de los coches en ruta hacia Albacete. Hace algunos años levantaron unas antenas algo por encima de él, no le bastaba ser pequeño para que encima le hicieran sombra. Desde entonces esta convencido de que las antenas reproducen dolor de cabeza. Desde hace poco vive preocupado, han empezado construir nuevas carreteras que se bifurcan dando vueltas y vueltas a su alrededor. Si la nueva carretera no termina pasando por encima de él, al menos estará más acompañado.


El orgulloso toro que mira hacia Albacete, domina una hermosa colina, frente a una vega en la que verdean las vides de gordas uvas amarillas. Hacia su izquierda percibe los reflejos plateados de una alberca cuya agua riega los cultivos y a sus pies corretean los conejos entre los matorrales de esparto, romeo y tomillo. Todavía recuerda cuando llego, no fue el primero, a su espalda ya había un par de casamatas gruñonas y abandonadas, vestigios de tiempo negros, aún permanecen allí gruñendo y afeando el paisaje. Recuerda los buenos tiempos cuando también llegaron el “Tío Pepe” y aquél italiano, menudos chistes contaba el tío pepe, y el Italiano siempre con sus picardías. Pero al cabo del tiempo se los llevaron y sólo quedaron los restos oxidados de los soportes de hierro y él en compañía de los conejos. Hace poco levantaron un nuevo cartel aya abajo, un jovencillo con ideas modernas, parece que tiene su propia luz y anuncia casas en la playa, como si hubiera un lugar mejor que este para vivir.