¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

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domingo, septiembre 09, 2007

El toro del Pedernoso.


Si se encuentran ustedes en ruta entre el Pedernoso y las Pedroñeras, tómense su tiempo, circulen despacio, habrán las ventanillas del coche, cierren los ojos por un momento, todos menos el conductor claro, y dejen que los aromas penetrantes, e intensos, estimulen sus sentidos. Alguna inconsciente, con demasiada notoriedad para su categoría y talento, parece que dijo una vez que España huele a ajo, España no, pero esta particular región de Castilla La Mancha si. En el horizonte, se va levantando una silueta negra recortada contra el cielo limpio, una silueta reconocible desde los primeros momentos, la figura inconfundible de un toro.

El toro del Pedernoso se encuentra guardando un enorme campo de ajos. Hacía tiempo que las liliáceas habían sido recogidas, y los restos secos permanecían esparcidos entre los surcos. Amontonados aquí, y allí, como las víctimas de una batalla incruenta. El marrón de la tierra ya recolectada, contrasta con el verde intenso de los campos que aún guardan los preciosos bulbos en crecimiento, de los cuales brotan multitud de tallos a modo de pequeñas espadas. Uno se acerca con precaución, no sea que al toro que espera en la lejanía, le de por arrancarse. Este toro, como otros que se levantan sobre campos de labor de toda España, es como un tótem sagrado que vela por la buena cosecha, es testigo del paso de las estaciones, sufre los calores, los fríos, las lluvias y los vientos igual que los ajos que parece guardar incansablemente.