¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Parafraseando a Quevedo, no he de callar, no se debe callar, por más que el miedo nos amenace.

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sábado, octubre 13, 2007

El Toro de Honrubia.

Domina la cima de una suave loma, parece que los miles de girasoles inclinan la cabeza ante él, pero es sólo un espejismo propio de finales de agosto. La tierra es suave y de un rojo intenso, el sol ha estado castigando un día más el campo de flores amarillas de modo que al final del día el aroma de los aceites vegetales permanece suspendido agradablemente en el aire. Dando la espalda a la negra silueta, observo lo que él ve a la caída de esta tarde, apenas quedan unas horas de luz, y el sol amenaza con ocultarse detrás de las lomas más lejanas. El campo se muestra en retales, como un edredón de múltiples colores. Al fondo se distinguen las poderosas torres del Castillo de Garcimuñoz, esas que han visto pasar a moros, a cristianos y sentido como la sangre de no pocos hombres llegaba a regar sus cimientos. Un bucólico paisaje rasgado por la serpiente de asfalto tendida a varios metros de la base de la negra figura y un cartel luminoso que anuncia la presencia amenazadora de un radar de control de velocidad. El sonido de los vehículos que pasan por la autovía a intervalos variables, se impone sobre el susurro de la brisa que corre juguetona a través de los girasoles. Un elemento discordante llama mi atención, un reflejo azul sobre la tierra roja, un pequeño envoltorio vacío. !!Que curioso lugar para hacer el amor¡¡. Entre los girasoles y a los pies del toro de Honrrubia.